Son los hombres mismos que han dejado aparte a su Dios y en cambio han colocado sobre el trono al demonio de su propio orgullo, y aquello que estos hicieron un día lo hacen aun hoy porque todos los padres ambicionan que sus hijos sean algo mejor y más elevado de lo que ellos mismos lo fueron. El simple campesino, aunque no pueda realizar su propio deseo al menos acaricia en su corazón la idea de hacer del propio hijo un gran señor o de la propia hija, si ella tiene un semblante un poco gentil, sueña al menos lejanamente con hacerla casar con algún burgués acomodado o algún empleado del estado; en zapatero no piensa ni lejanamente hacer que sus propios hijos aprendan su oficio; y él si tiene una hija mucho más bonita que fea, no se puede ni es aconsejable que ningún otro zapatero la quiera como mujer porque ella fácilmente podría ser la esposa de algún empleado o de otro mejor aún, y el hijo del zapatero debe naturalmente estudiar para convertirse en alguien mejor. Y si la hija de semejante necio logra convertirse en la esposa de un consejero del estado y el hijo llega a incluso al cargo de “funcionario de Estado", sucede que luego el padre no puede en absoluto permitirse la audacia de acercarse con el sombrero en la cabeza ante sus hijos en tan altos cargos. La cosa sin duda le es dolorosa y a menudo llora amargamente porque sus hijos ya no quieren reconocerlo más. Pero, ¿esto fue bueno para él? ¿Por qué fue tan imprudente y disfrutó criar a dos tiranos, en vez de dos soportes para la vejez? Es por eso, que a cada uno le viene según la justicia, y a la humanidad toda le viene perfectamente bien estar tiranizada a ultranza de arriba hacia abajo, porque ella misma encuentra la mayor complacencia en formar tiranos de sus propios hijos. Leer más...